Raúl Rodríguez Chinchilla es un joven abogado y notario con mucho optimismo y ganas de vivir. De conversación amena, esbelto y de pulcro vestir, habla con mucho entusiasmo sobre sus metas. Sobre su escritorio hay una foto donde aparece con su linda esposa y dos encantadoras hijas.
Pero este de hombre de 39, tiene 20 años de estar en una silla de rueda desde un fatal accidente. Eso no le impide soñar. Está convencido que un día volverá a caminar y ha escrito un libro para motivar a otras personas con discapacidad. En su despacho, ubicado a pocos metros del mar, en el puerto de La Libertad, nos cuenta su historia, sus sueños cumplidos y los que faltan por cumplir.
Han sido ya 20 años de estar en una silla de ruedas. Fui víctima de un accidente de tránsito; me atropelló un vehículo en 1984, el 22 de diciembre. Tenía 19 años de edad. Para mí eso fue como un resurgimiento. Allí surgió una forma de vida diferente a la que había tenido.
En Zacatecoluca. Andaba celebrando de forma equivocada haber salido de bachiller; había bebido. Caminando hacia la casa de un amigo, me atropelló un vehículo a las 11:00 de la noche. Según yo, había tenido un sueño, porque quedé inconsciente después del impacto. Pero cuando volví a mi conciencia estaba en un hospital inmóvil y comencé a pedir agua.
En el Santa Cecilia. Era un joven bastante activo, jugaba baloncesto, nadaba. Siempre aspiré a jugar en la primera categoría de los estudiantiles, no logré ese sueño, pero sí estuve en la juvenil A.
Una enfermera me dijo que no me tratara de moverme porque había sido víctima de un accidente y si me movía me iba a dañar más. Mis padres no estaban porque soy de La Libertad, y allí era todo incertidumbre. El día del accidente, andada con un amigo, también iba ebrio; al ver lo que había ocurrido me dejó solo, y la Cruz Roja me recogió, trataron de contactar a mi familia y por medio de una agenda pudieron lograrlo.
Fue impactante para todos, incluso para la comunidad. Sabían los vecinos que era una persona jovial, llena de energía y la gente lo sintió; pude ver que el cuarto del hospital estaba lleno, hasta de personas que yo no conocía.
Nunca me dijeron que iba a quedar en una silla de ruedas. El impacto fue al nivel de las cervicales. Lo que genera la lesión a ese nivel de la columna es una inmovilidad casi total. Del cuello hacia abajo, sólo postrado. Y para variar, el tratamiento acá en ese entonces, para que no hubiera mayores daños, era inmovilizar con un cuello ortopédico y un soporte.
Sí, así quedé yo. Entré en una etapa de crisis que me llevó casi a ser un cadáver.
No. Nunca entré a esa etapa. Si la hubiera tenido hubiera muerto. Siempre le decía a mi familia que no lloraran. Desde un primer momento tuve la voluntad para que esa situación que estaba viviendo no interrumpiera mis sueños.
Al contrario, mis amigos llegaban a la cama y se ponían en un aspecto de sentir lástima por lo sucedido y les decía que iba a caminar de nuevo, que tenía esa certeza. Aún no puedo caminar, pero estoy convencido de que con la ayuda de Dios podré hacerlo.
Me alimentaba al inicio, pero me llegó una infección a las vías urinarias que me desnutrió; casi me estaban haciendo una transfusión a diario porque orinaba sangre.
Había una fuerza superior, que me decía que no podía salir solo de esto. Eso para mí era muy importante, porque me daba ánimo a mí mismo. Siempre me repetía que tendría que luchar, que salir adelante y que podía lograrlo.
No, porque entré en 1988, luego de tres años de estar en terapia. Quienes me ayudaron sabían que tenía deseos de vivir, mi voluntad estaba arriba. Yo ya no quería estar en el país porque llegaba el punto en que ya no me daban nada y sólo esperaban el momento. En una oportunidad, un enfermero se asombró porque no me había muerto la noche anterior, porque casi todas las noches se moría un enfermo.
Siempre, desde niño. Cuando personas mayores me preguntaban les decía que quería ser abogado. El accidente se presentaba como un obstáculo terrible, pero nunca, nunca pasó por la mente dejar de materializar mi sueño de convertirme en abogado.
Sí, incluso ya tenía aplicación para ir a la UCA y ya estaba para comenzar el cursillo.
No, entré en 1985 porque el accidente fue el 22 de diciembre de 1984 y la etapa de crisis llegó hasta mayo de 1985, que fue cuando me enviaron a Houston, Texas, por el trabajo que había hecho anteriormente en los clubes de servicio, con los padres de la iglesia Inmaculada Concepción.
Tenía una silla de ruedas eléctrica. Lo que hice fue irme a vivir prácticamente a la par de la universidad; no fue fácil.
No, soy de una familia pobre, mi mamá era mujer luchadora y ella sembró esa semilla. A ella le debo mi fuerza de voluntad.
Antes de la rehabilitación ya escribía con la mano derecha, y luego tuve que aprender a escribir con la izquierda. Grababa las clases y luego las escribía en casa.
No, la Matías Delgado es quizá la única que tiene rampas, que son tan importantes para las personas discapacitadas.
No ocurrió eso conmigo, porque hubo apoyo y quizá tiene que ver con la personalidad; a pesar de mis limitaciones no me creo menos que nadie y eso ha servido.
Gracias a Dios, con bastante esfuerzo, no he sido inteligente pero sí muy esforzado. Creo que con mucho esfuerzo individual y con ayuda de Dios, cualquier meta, por difícil que sean nuestras circunstancias, se pueden lograr.
Tuve un CUM de 8.
Yo iba con ellos… Ja ja ja.
No. Nunca más he tenido recurrencia con el alcohol. La verdad es que nunca fui un alcohólico. Bastó que tomara aquella noche para que ocurriera el accidente.
Esa silla sufrió tanto como yo. Soportaba, como yo, grandes chaparrones de agua en invierno.
Irónicamente, me caí el último día de la universidad, después de un examen. Se me desconectó la silla y se quedó sin frenos; iba bajando una rampa y fui a parar a un alambre de púas.
En la universidad no, porque tenía la visión de concentrarme. Yo sentía que tenía que hacer un esfuerzo mucho más grande.
Como siempre afortunadamente ha habido un carisma con todos los amigos, con ella sucedía igual. Hemos tenido buena relación.
Sí, desde el primer momento. Abrí simultáneamente una oficina en Santa Tecla, donde residía. Pero después me di cuenta de que tenía más aceptación en La Libertad y vine a instalarme acá.
Sí, buen abogado y notario.
Sí.
No, algunos los he perdido, no siempre se gana en todo.
María Magdalena.
Dos niñas.
Es especial la relación con ellas, son muy amorosas, porque ellas se dan cuenta; la menor tiene siete años y la mayor tiene nueve, saben lo del accidente pero no me lo preguntan. Somos una familia muy unida y muy feliz.
Sí, estoy con la misma voluntad de hace 20 años.
Sí, a la iglesia del Camino de Las Asambleas de Dios.
Sí, ya lo terminé, es un libro de superación.
Estoy planificándolo, tal vez en octubre o diciembre próximos a más tardar.
“La otra cara de la discapacidad”.
Ha venido transformándose el lenguaje a través de la historia. Antes se usaba el terrible término de “inválido”. A veces la sociedad es cruel porque estamos acostumbrados a ver con lástima a una persona con discapacidad.
No, al contrario. No me gusta que sientan lástima por mí, ni admito tenerla por nadie. Lo que trato es de motivar a las personas con discapacidad. Creo que si nosotros, independientemente de lo que nos ocurra, nos esforzamos y hacemos uso de nuestra fuerza de voluntad, podemos lograr cualquier meta que nos propongamos.
Me levanto a las seis de la mañana, me baño, desayuno. Leo la Biblia todos los días.
Sí, aunque nos falta mucho, aún no hay tanto respeto por las personas con discapacidad en los parqueos o los baños en los centros comerciales.
Que se valoren, porque la juventud es la fuerza, es el trampolín del mañana. Que nunca dejen de soñar. Que con la ayuda de Dios y con fe, optimismo y esfuerzo todo se puede lograr.